jueves, 7 de enero de 2010

amor y vals


La siguiente historia duró lo que dura un vals, ni un compás más, ni un compás menos, siempre de 3 por 4. La melodía en sí no tiene importancia, era una simple banda sonora, o el telón del inicio y final.

Ella era bailarina, el, bailarín, y quiero pensar que fue el destino quien los hizo coincidir, quiero pensar que ambos estaban en el momento correcto en el lugar correcto, y que no tuvo nada que ver con su común profesión.

Un salón, con barras de madera y parquet, luz natural y un vals sonando, ella aprende los pasos, sola. Un, dos, tres, un, dos, tres… aparece él, y sin preguntar, baila con ella (da la casualidad que eso ocurre en el momento en que suenan los violines). Se crea una situación que mientras se vive simplemente se vive (valga la redundancia), pero cuando ya ha sido vivida te parece extraña. Qué bonito es lo extraño.

Esa clase fue el final del principio, lo siguiente pasó rápido, se conocieron, se enamoraron, y bailaron. El baile era lo que los mantenía juntos, la razón, ensayaban y ensayaban, juntos y no juntos. Incluso una vez bailaron por separado, en distintos lugares, pero a la vez. Eso nunca lo supieron.

No se confesaron su amor en palabras, solo bailando (sobre todo cuando sonaban los violines). Finalmente hubo la actuación final, un salón de actos antiguo, un público ansioso, y una melodía sonando. La última nota, el público aplaude, y él se va. Ella no lo evitó, él no la espero, y nadie los acusó de cobardes, porque el vals había terminado.

1 miradas cómplices:

Espérame en Siberia dijo...

¡Claro que te recuerdo, mon amour! Si es que un blog tan lindo no se me olvida nunca de los nuncas.

Un abrazo inmenso :)